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Revista LifePlay Nº 1 – Agosto 2013 – ISSN en trámite 
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1. Introducción 
El juego es una de las actividades inherentes al ser humano. Desde 
el nacimiento, el nuevo nato se interrelaciona, a través de éste, con 
el adulto mediante el uso de miradas, gestos, caricias y cosquillas; 
por lo que es un acto instintivo y natural. Es por tanto un acto libre, 
ya que es el individuo el que decide participar o no, asimismo 
favorece el proceso socializador ya que implica el acto de 
intercambiar situaciones y roles. El juego, sea éste cual sea, 
presenta unas reglas que los jugadores deben aceptar, borrando así 
las posibles desigualdades del individuo. Asimismo, el juego se 
presenta como un acto integrador y cumple con una función 
rehabilitadora. Con todo ello, podríamos afirmar que el juego 
ayuda en la educación de aquel que hace uso de este acto. 
Igualmente, las primeras referencias que se pueden encontrar 
del juego son aproximadamente del año 3000 a.C., aunque se 
podría afirmar que existen de forma natural desde las primeras 
experiencias casi instintivas del ser primitivo. Experiencias que se 
reafirman cuando Huizinga (1938) expone que “[…] el juego es más 
viejo que la cultura; pues por mucho que estrechemos el concepto 
de ésta, presupone siempre una sociedad humana, y los animales 
no han esperado a que el hombre les enseñe a jugar […]” dejando 
claro que el juego va mucho más allá del acto vinculante del 
raciocinio. Hablaremos entonces de jugar por jugar como opción, 
como diversión, como entretenimiento y como ocupación ociosa 
que deriva en el deleite, el juego reglado, con normas y estructuras. 
Ese, el juego más racional, necesita de reglas, normas y por lo tanto 
de aprendizaje. 
La definición de aprendizaje, por otro lado, es una tarea 
compleja. No obstante, autores como Ernest Hilgard (1984) 
afirman que “es un proceso mediante el cual se origina o se 
modifica una actividad respondiendo a una situación siempre que 
los cambios no puedan ser atribuidos al crecimiento o al estado 
temporal del organismo (como la fatiga o bajo el efecto de las 
drogas)”
.
Mientras que Feldman (2005) aporta a dicha definición 
que el aprendizaje además se entiende “como un proceso de 
cambio relativamente permanente en el comportamiento de una 
persona generado por la experiencia”. Dos afirmaciones que se 
relacionan entre sí, para dejar constancia que tal modificación del 
aprendizaje debe suponer un cambio en la conducta y que además 
esta variación necesita de perdurabilidad temporal. Igualmente, se 
destaca que el aprendizaje no es sólo una habilidad exclusiva del 
ser humano, esta facultad está implícita en otros seres vivos cuyo 
desarrollo evolutivo resulta parecido al de éste, un hecho que se