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Revista LifePlay Nº 2 – Febrero 2014 – ISSN: 2340-5570
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Antes de introducirnos de lleno en el análisis de cada una de las
fuentes de lo sublime, es importante reflexionar acerca de la
experiencia que tiene el jugador.
Silent Hill
es una historia plagada
de dolor, en la que la muerte espera al jugador tras cada esquina en
forma de pesadilla, convulsionándose de la misma manera en la
que lo hacen los habitantes de este peculiar pueblo. ¿Cómo es
posible que se pueda sentir placer ante tanto sufrimiento? Burke lo
deja claro: “Cuando el peligro o el dolor acosan demasiado, no
pueden dar ningún deleite, y son sencillamente terribles; pero, a
ciertas distancias y con ligeras modificaciones, pueden ser y son
deliciosos” (Burke, 1987: 29). El jugador puede identificarse con el
personaje que maneja, puede sentir su miedo y experimentar su
dolor, puede temer por su vida al ser herido. Pero si el terror se
hace insoportable, o el hastío se apodera de su cuerpo, puede
pausar la acción, o apagar su consola y dar por finalizada la
jornada. El jugador puede deleitarse al matar, puede ver bella la
mezcla de sangre y óxido, porque se encuentra a la distancia exacta
para que lo siniestro produzca deleite. Como dice Burke,
Es sabido de objetos, que en la realidad disgustarían, son fuente
de una especie de placer muy elevado en representaciones
trágicas y similares. […] La satisfacción comúnmente se ha
atribuido primero al alivio que nos aporta el considerar que una
historia tan melancólica no es más que una ficción; y, después, a
la comprobación de que nos hallamos libres de los males que
vemos representados (Burke, 1987: 34)
Burke inicia su análisis acerca de los elementos que emanan el
sentimiento sublime con uno de los recursos más utilizados en el
mundo del terror: la soledad. El ser humano está solo en el mundo,
aunque esté rodeado de gente, y, tanto Harry como James y
Heather, protagonistas de las tres entregas de
Silent Hill
que nos
ocupan, están solos en su búsqueda. Harry Mason despierta en su
coche tras un accidente. Cheryl, su hija, ha desaparecido, y debe
adentrarse en la ciudad de Silent Hill para reencontrarse con ella.
Aunque en su camino encuentra a varias personas, como Cybil
Bennet, el doctor Kaufmann o la enfermera Lisa Garland, Harry
lucha solo contra las alimañas que se interponen entre él y su hija.
Lo mismo ocurre con James Sunderland: ha llegado a Silent
Hill en busca de su mujer, Mary, que murió años antes de escribir
una carta en la que le pedía a su marido que la buscase en su “lugar
especial”. Aunque en momentos puntuales le acompaña María, una
mujer que encuentra en su devenir por las calles fantasmales de
Silent Hill, la mayor parte del tiempo lo pasa solo, sumido en la