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Revista LifePlay Nº 2 – Febrero 2014 – ISSN: 2340-5570
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nuestros ojos a él, gran parte de nuestra aprensión se desvanece”
(Burke, 1987: 43). Por este motivo, en Silent Hill no hay descanso.
Nunca conocemos el peligro que se esconde tras las brumas, que
espera agazapado en la oscuridad o que nos atacará nada más
cruzar el marco de la puerta que nos separa de nuestro destino.
“La verdadera religión tiene y debe tener una mezcla de temor
saludable; […] las religiones falsas generalmente sólo se sostienen
por el miedo” (Burke, 1987: 52), y en la fe que procesan los
habitantes de Silent Hill hay mucho de ese miedo. La orden, su
culto nativo, es la fuente de la mayoría de los conflictos. Se trata de
una secta cuyas únicas creencias nacen de la confrontación entre el
orden y el caos. Su credo trata de traer el apocalipsis a la tierra, con
el fin de volver al paraíso, un lugar idílico donde no hay lugar para
el sufrimiento. Para alcanzar esta onírica meta es necesario que
Dios venga al mundo, y esto sólo será posible a través del dolor y el
sufrimiento. En resumidas cuentas, la secta no duda en realizar
todo tipo de sacrificios, en los que normalmente se ve implicado el
fuego para poder alcanzar la paz.
De nuevo aquí están presentes todos los conceptos que se creían
abandonados tras el romanticismo. Hay un salvador que debe
sacrificarse por el bien común, en este caso la madre del mesías,
que debe parir con odio y rabia a una deidad femenina,
personificación de compasión y la bondad. La idea del redentor ha
sido explotada con frecuencia por la corriente neobarroca, que ha
procurado toda suerte de dioses: desde Neo, el redentor de
The
Matrix
(Andy y Lana Wachowski, 1999), hasta Walter Bishop, el
salvador del mundo de
Fringe
(J. J. Abrams, Alex Kurtzman y
Roberto Orci, 2008).
De la oscuridad del culto emergen los monstruos, seres cuyos
cuerpos se contorsionan cuando avanzan hacia el jugador. Los
habitantes de la pesadilla han estado presentes en la historia del
arte desde sus propios inicios, cuando el óleo era el encargado de
mostrar los horrores del averno. El Bosco se aseguró de retratar
sus deformidades en El
Jardín de las delicias
, mucho antes de que
Kant llegase al mundo. Durante el romanticismo, la fascinación por
los habitantes de las pesadillas dio lugar a varios cuadros, entre
ellos
La Pesadilla
de Füssli. Cabe destacar que el pintor retrató a
otros monstruos, las mujeres que, como Lady Macbeth,
asesinaban, envidiaban y mentían. Las sacerdotisas de Silent Hill
parecen un trasunto del personaje de Shakespeare, monstruos con
apariencia humana, capaces de cometer los actos más atroces
guiadas por su locura.